Ode al Cane
Il cane mi domanda e non rispondo. Salta, corre pei campi e mi domanda senza parlare e i suoi occhi sono due richieste umide, due fiamme liquide che interrogano e io non rispondo, non rispondo perché non so, non posso dir nulla.
In campo aperto andiamo uomo e cane.
Brillano le foglie come se qualcuno le avesse baciate a una a una, sorgono dal suolo tutte le arance a collocare piccoli planetari su alberi rotondi come la notte, e verdi, e noi, uomo e cane, andiamo a fiutare il mondo, a scuotere il trifoglio, nella campagna cilena, fra le limpide dita di settembre.
Il cane si ferma, insegue le api, salta l'acqua trepida, ascolta lontanissimi latrati, orina sopra un sasso, e mi porta la punta del suo muso, a me, come un regalo. É la sua freschezza affettuosa, la comunicazione del suo affetto, e proprio lí mi chiese con i suoi due occhi, perché é giorno, perché verrá la notte, perché la primavera non portó nella sua canestra nulla per i cani randagi, tranne inutili fiori, fiori, fiori e fiori. E cosí m'interroga il cane e io non rispondo.
Andiamo uomo e cane uniti dal mattino verde, dall'incitante solitudine vuota nella quale solo noi esistiamo, questa unitá fra cane con rugiada e il poeta del bosco, perché non esiste l'uccello nascosto, nè il fiore segreto, ma solo trilli e profumi per i due compagni: un mondo inumidito dalle distillazioni della notte, una galleria verde e poi un gran prato, una raffica di vento aranciato, il sussurro delle radici, la vita che procede, respirando, crescendo e l'antica amicizia, la felicitá d'essere cane e d'essere uomo trasformata in un solo animale che cammina muovendo sei zampe e una coda con rugiada | Oda al Perro
El perro me pregunta y no respondo. Salta, corre en el campo y me pregunta sin hablar y sus ojos son dos preguntas húmedas, dos llamas líquidas que interrogan y no respondo, no respondo porque no sé, no puedo nada.
A campo pleno vamos hombre y perro.
Brillan las hojas como si alguien las hubiera besado una por una, suben del suelo todas las naranjas a establecer pequeños planetarios en árboles redondos como la noche, y verdes, y perro y hombre vamos oliendo el mundo, sacudiendo el trébol, por el campo de Chile, entre los dedos claros de septiembre.
El perro se detiene, persigue las abejas, salta el agua intranquila, escucha lejanísimos ladridos, orina en una piedra y me trae la punta de su hocico, a mí, como un regalo. Es su frescura tierna, la comunicación de su ternura, y allí me preguntó con sus dos ojos, por qué es de día, por qué vendrá la noche, por qué la primavera no trajo en su canasta nada para perros errantes, sino flores inútiles, flores, flores y flores. Y así pregunta el perro y no respondo.
Vamos hombre y perro reunidos por la mañana verde, por la incitante soledad vacía en que sólo nosotros esta unidad de perro con rocío y el poeta del bosque, porque no existe el pájaro escondido, ni la secreta flor, sino trino y aroma para dos compañeros, para dos cazadores compañeros: un mundo humedecido por las destilaciones de la noche, un túnel verde y luego una pradera, una ráfaga de aire anaranjado, el susurro de las raíces, la vida caminando, respirando, creciendo, y la antigua amistad, la dicha de ser perro y ser hombre convertida en un solo animal que camina moviendo seis patas y una cola con rocío. |